jueves, 19 de junio de 2008

Subte...pasajero o superhéroe...

Las puertas metálicas se cierran y ya no podemos escapar. Nos toca simplemente pensar en cómo soportar lo que vendrá. Tenemos varias posibilidades. Mirar fijamente a la pared y tratar de no respirar, aparentar estar escuchando música o acusar un mensajito en el celular. Algunos usan la frase cliché: “Qué loco que está el tiempo, ¿no?”, a lo que probablemente le respondan con un “Mh.. já já.. Ssse.”.

Como verán, no sólo no tengo imaginación para pensar otros temas a desarrollar, sino que tampoco me pienso dignar a crear otro principio que no haya sido utilizado anteriormente.

Retomando el comienzo, al escuchar la sirena y ver cómo el último respiro de aire puro se nos escapa por delante de nuestras maltratadas narices, sólo nos queda rogar por que se nos ocurra alguna escapatoria satisfactoria.
No es que se trate de alguna situación imposible de sobrellevar, pero si le quitásemos ese tinte melodramático, ¿ qué sería de nuestro post!

Una vez más, al cerrarse las puertas del subterráneo, tren eléctrico bajo tierra, monorraíl con rasgos de roedor, o como quieran llamarlo, nos encontramos en una inmensidad de redes que viajan por debajo de cientos de pies de la city porteña (si no sos porteños ni te gastes en leerlo porque sos re grasa). Todo lo que pase, haya pasado, o pueda llegar a pasar, queda ahí, muere, no sale, permanece enterrado para siempre.

Yendo a lo nuestro, a lo que quiero llegar con toda esta introducción totalmente innecesaria, es a brindar ciertos conejos, digo consejos, de los que ya los tenemos acostumbrados con mi compañero, para sobrellevar tan único momento.

Cuando las vías comienzan a correr debajo nuestro, y el vaivén comienza a hacerse sentir, es el momento de entrar en acción. A qué diablos se estará refiriendo este muchacho cuando habla de entrar en acción, te preguntarás mi querido lector; pues a ésta, digo a lo siguiente.

Tenemos varias cosas que hacer en ese antro subterráneo. Nuestro amplio abanico de posibilidades va desde intentar el típico hurto o “pickpocketing” para nuestro público más ilustrado. Consiste en abrir disimuladamente un paraguas (o sombrilla dependiendo del caso; es válida a partir de los 24 ºC de térmica). Valiéndose del disimulado camuflaje que este maniobrar nos proporciona, procedemos a extraer una navaja de nuestra media derecha y hacer un agujero en nuestra propia “umbrella” [¡gracias Rhiana!]. Este agujero nos permitirá llegar a los objetos de valor de nuestras víctimas sin ser notados. Total, ¿quién se va a fijar en una sombrilla, si puede ser de muchos colores mejor porque distrae, abierta en el vagón de un subte? Es de lo más común…

Nunca está demás el siempre presente y poco ponderado “apoye accidental”. La técnica es muy parecida a la que detalló Tinelli en su programa, pero hay que trasladarla del colectivo al subte, cosa que no muchos logran con efectividad. Aprovechando el traqueteo del transporte, comenzamos un sutil pero constante menear acercándonos cada vez más al objetivo. De ser posible que sea una persona del sexo opuesto, y siempre atacando desde la retaguardia, para evitar ser visto. De ser agarrado “in fraganti”, el modo de proceder es el siguiente: se mira al techo muy poco sospechosamente, y se comienza a silbar una melodía pegadiza. En el momento que logramos captar la atención de cierto número de personas circundantes, gritamos en voz audible para todos una palabra que suele causar cierto revuelo: “FUEGOOOOOOO”. Mientras cunde el pánico, que debería pasar en cuestión de segundos, tenemos que jalar del freno de emergencia, romper una ventana y saltar hacia la oscuridad de los túneles, haciéndonos amigos de los roedores que allí habitan y pasando a ser conocido como “El hombre rata, justiciero de las alcantarillas”.

Renny

viernes, 6 de junio de 2008

El ascensor

Las puertas metálicas se cierran y ya no podemos escapar. Nos toca simplemente pensar en cómo soportar lo que vendrá. Tenemos varias posibilidades. Mirar fijamente a la pared y tratar de no respirar, aparentar estar escuchando música o acusar un mensajito en el celular. Algunos usan la frase cliché: “Qué loco que está el tiempo, ¿no?”, a lo que probablemente le respondan con un “Mh.. já já.. Ssse.”.
La cuestión es que siempre es bastante incómodo internarse en el cubículo del ascensor acompañado por desconocidos, y recopilando diversas fuentes, hemos hecho un pequeño listado de los “tips” [que palabra glamorosa] para sobrellevar el terrible momento:
Podemos esperar al lado de la puerta hasta asegurarnos de que el ascensor no vendrá ya ocupado, y escabullirnos en la primera oportunidad que tengamos.
También cabe la posibilidad de comenzar a bailar escandalosamente al son de gritos como “¡Esta es la fusión, de cumbia y reggetón!”, lo que seguramente nos dejará en un instante con el recinto a nuestra entera disponibilidad.
Para los más audaces está la escalera, siempre y cuando nuestro estado físico nos lo permita, y arriesgándose a surcar todo tipo de ambientes infestados de basura o escalones a medio acabar.
Ni hablar del típico “¡Qué tonto que soy! Apagué la luz sin querer y cuando intentaba reencontrar el interruptor me encontré con una parte íntima de mi acompañante… [Miscuuuzzí (para vos Chipi)]. Si vamos a usar este método siempre conviene un chequeo previo para valorar si realmente vale o no la pena intentar tan atrevida maniobra.
Si lo que aman es el peligro, no deberían dejar de lado el típico “Chamuyo ascensoril”:
Chico iluso -Hola, ¿a qué piso vas… bommmboón?
Señorita asustada – Hola.
Se hace la tajante, pero todos sabemos que es para no parecer tan fácil.
Chico iluso –Bueno, parece que querés venir al mío.
Mirada insinuante
Señorita indignada – Salí, tarado. Antes que bajarme en tu piso me bajo en el sótano a llevar la basura.
Abre la puerta rápidamente y sus piernas se pierden en el pasillo. Nosotros apuntamos su número de departamento para un futuro ataque.
Si queremos aportar una actitud más amable, podemos ofrecerle un cigarrillo y fuego a nuestro querido asistente, para que nos lo nieguen acompañado con un “Acá no se puede fumar, inconsciente”.
Tal vez una mirada más infantil ayude a coactuar con el pasajero. Para eso, podemos dibujar un Ta-Te-Ti imaginario en las paredes, y para cuando nos demos vuelta, es muy probable que la persona ya haya desaparecido, o que nos despertemos 7 pisos más arriba acostados y con un intenso dolor en la nuca.
Para impresionar y entretener al desdichado viajante podemos también improvisar algunas acrobacias como ser malabares con sus artefactos, contorsionismo y trucos de magia que hagan “desaparecer” sus objetos, y de paso amortizamos las expensas.
Por qué no, también, exponer nuestras más diversas teorías sobre los temas más intrascendentes que se nos ocurran en el momento, aprovechando que la pobre víctima no podrá escapar hasta la próxima parada (siempre y cuando le permitamos descender), y nos sentiremos escuchados al menos una vez.
Y por último, y sólo como último recurso, al tiempo que atravesamos un momento crítico, y no se nos ocurre nada para salir al paso de tan desagradable situación, podemos pensar en algún artículo que se titule “Onda que” para un blog que se hace llamar “Chipi y Renny” y quedar bien con los queridos lectores y féminas del público [algo machista, pero cierto].

Renny